Compartimos un artículo de la Asamblea Asturiana por las rentas básicas con algunas reflexiones sobre el momento actual y el debate sobre la puesta en marcha de un ingreso mínimo vital o una renta de emergencia.
Son muchas e ideológicamente variadas las reflexiones que en estos días de confinamiento inundan los medios de comunicación defendiendo la necesidad de garantizar unos ingresos mínimos a la ciudadanía. La etiqueta de renta básica está sirviendo tanto al liberalismo económico para defender la necesidad de asegurar una mínima capacidad de consumo a la población trabajadora que evite el desplome de los beneficios empresariales, como al progresismo institucional para presumir de su capacidad para construir "escudos sociales", aunque éstos sean de papel.
Son muchas e ideológicamente variadas las reflexiones que en estos días de confinamiento inundan los medios de comunicación defendiendo la necesidad de garantizar unos ingresos mínimos a la ciudadanía. La etiqueta de renta básica está sirviendo tanto al liberalismo económico para defender la necesidad de asegurar una mínima capacidad de consumo a la población trabajadora que evite el desplome de los beneficios empresariales, como al progresismo institucional para presumir de su capacidad para construir “escudos sociales”, aunque éstos sean de papel.
Al mismo tiempo, la manera de solucionar los problemas estrictamente sanitarios está evidenciando los aspectos más demenciales del modelo económico y social bajo el que vivimos. Equipos de investigación vinculados a empresas farmacéuticas compitiendo por obtener la ansiada vacuna en el menor tiempo posible, con la perspectiva de obtener beneficios económicos millonarios. Países peleándose por los productos en el mercado sanitario, (incluyendo subastas de material a pie de aeropuerto). Comunidades autónomas enfrentándose entre ellas para conseguir equipos de protección. Y en nuestra realidad más cercana nuestros vecinos y vecinas dejándose llevar por la neurosis colectiva, acaparando productos en los supermercados durante los primeros días de confinamiento. En definitiva, todos contra todos y sálvese quien pueda.
Ante este panorama parece un buen momento para hacerse varias preguntas. ¿Podemos salvarnos individualmente de esta locura de modelo si disponemos de un mínimo nivel de consumo a través de un ingreso económico, aunque sea de cuantía suficiente? ¿Es este el mejor sistema social al que podemos aspirar colectivamente?
Si nos resignamos y nos conformamos con las soluciones que, bajo el calificativo de renta básica nos ofrece el modelo neoliberal sin cuestionarnos nada más, probablemente la frustración aparecería pronto en nuestras vidas. Para un sistema basado en mercantilizar todas las dimensiones de nuestra existencia nada es suficiente, y por lo tanto resulta ingenuo pensar que podríamos permanecer a salvo simplemente recibiendo un ingreso económico.
Cuando reivindicamos la necesidad de garantizar el derecho a una Renta Básica, con sus características estructurales (incondicional, individual, universal y suficiente) deberíamos cuestionar también los mecanismos y parámetros que el modelo económico nos impone para satisfacer nuestras necesidades. ¿Son las grandes empresas distribuidoras de alimentos la única posibilidad para asegurar nuestra alimentación? ¿Garantizar los suministros básicos de una vivienda debe pasar exclusivamente por pagar periódicamente a las grandes empresas energéticas? ¿Son socialmente útiles todas las empresas que se crean, independientemente de lo que produzcan o la actividad que desarrollen? ¿Es necesario recurrir a las empresas farmacéuticas para solucionar todos lo problemas de salud que padecemos a lo largo de nuestra vida? ¿Es imprescindible para el sostenimiento de nuestras vidas construir todo tipo de infraestructuras al coste económico y medioambiental que sea?
Evidentemente después de todos los sacrificios económicos padecidos en los últimos años, tenemos más que merecido el derecho individual a vivir con dignidad y disponer de recursos económicos suficientes para satisfacer las necesidades más elementales. Porque nuestro derecho a la existencia sin condiciones está por encima de las necesidades de reproducción del capital a través del mercado laboral.
Pero colectivamente merecemos disfrutar de la posibilidad real de construir un modelo económico y social alternativo al capitalismo, explorando en común las posibilidades que nos ofrecen distintas propuestas y experiencias para transitar hacia un futuro postcapitalista que no sea una pesadilla distópica.
Nos merecemos la oportunidad de generar un tejido económico en el que las iniciativas empresariales se guíen por los valores y principios de la Economía Social y Solidaria (equidad, justicia, fraternidad económica, solidaridad social y democracia directa) y que antepongan la prosperidad colectiva a la explotación laboral. Y en el ámbito concreto de la alimentación poder construir la soberanía necesaria para decidir sobre nuestro sistema de provisión de alimentos, explorando las posibilidades que nos ofrecen otros modelos, como el de la Agricultura Sostenida por la Comunidad. Dando prioridad a aquellas formas de producción, distribución y consumo que antepongan el derecho de todas las personas a acceder a la alimentación valorando los alimentos como un bien común, no sólo como mercancías.
Necesitamos visibilizar y poner en valor lo que la visión androcéntrica y patriarcal de la economía oculta. Hacer emerger todas aquellas actividades necesarias para la reproducción de la vida e imprescindibles para desplegar los procesos de generación de riqueza en la sociedad actual (voluntariado, cuidados emocionales, trabajo comunitario, etc). Tareas que son mayoritariamente asumidas por mujeres y muchas de ellas realizadas sin la necesidad de que exista un intercambio monetario.
Al mismo tiempo, urge comenzar un proceso de desmilitarizarización de los territorios y las emociones. Para poder destinar recursos económicos suficientes al sostenimiento de la vida (educación, sanidad, pensiones...), y no terminar convirtiendo nuestros barrios en campos de batalla y a nuestras vecinas en enemigas.
Y sin duda, merecemos avanzar hacia modelos de participación basados en el ejercicio real y permanente de la democracia directa, superando las limitaciones de la democracia representativa de partidos y la teatralización institucional.
Pero para comenzar a transitar hacia ese horizonte alternativo necesitamos romper con las lógicas individualistas, recuperando otras formas de hacer y construir desde lo local que permitan reconstruir la fortaleza de las relaciones comunitarias que en otros momentos históricos permitieron impugnar el orden económico y social establecido.
Para esta tarea, una de las mejores herramientas que tenemos a nuestra disposición es la propuesta de Renta Básica de las iguales. La reivindicación de un ingreso económico (individual, incondicional, universal y suficiente) combinado con la creación de espacios comunitarios que sirvan para decidir de manera autónoma el destino de los recursos de lo que se denomina Fondo Comunal de Renta Básica, permitiría el empoderamiento colectivo y la construcción de ámbitos de decisión no sometidos a las lógicas mercantilizadoras imperantes.
Necesitamos generar comunalismo, sin mitificaciones pero también sin complejos ideológicos. No solo porque el modelo actual avanza de manera incuestionable (si no cambiamos de rumbo) hacia un escenario de colapso energético y deterioro medioambiental, que contribuirá a aumentar la incertidumbre vital y empeorar las condiciones de vida en el presente. Sino porque las próximas generaciones se merecen por nuestra parte el mismo compromiso con la construcción de un futuro en común que demostraron las que nos precedieron. Aquellas que imaginaron utopías tan reales como la jornada laboral de ocho horas, la educación universal o un sistema de salud público. Nos lo merecemos y se lo debemos.
Abril 2020 Xixón, Asturies