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Renta Básica de las Iguales · Oinarrizko Errenta · Renda Bàsica de les Iguals · Renda Básica das Iguais · Basic Income for Equal Citizens

Renta Básica de las Iguales, medio rural y soberanía alimentaria

Isa Álvarez.- En tiempos de pandemia, empiezan a llover los discursos y debates sobre Ingresos mínimos vitales y Rentas Básicas varias. Bienvenidos sean si sirven realmente para avanzar hacia una conciencia social y una visión de que contar con unas necesidades básicas cubiertas es un derecho de toda las personas. Desde ya aviso, por propia experiencia, que si el debate se empieza a generalizar, vienen tiempos de mucha discusión porque quienes llevamos años en torno a este tema sabemos que estos debates nos sacan a todas el ADN capitalista que llevamos dentro.

Tocará oír que la gente no querrá trabajar y tocará oír que las empresas se arruinarán y tocará oír que no hay dinero para sostenernos a todas. Serán tiempos de gastar mucha energía para las defensoras de algo tan básico como que las personas tenemos derechos por el hecho de nacer y no nos los tenemos que ganar a lo largo de nuestra vida ni con empleos ni con matrimonios ni con contraprestaciones al servicio de un Estado que nos abandonó hace tiempo para beneficiar al gran capital. Estamos aquí y todas, solo por eso, tenemos derecho a comer, a techo, a sanidad, a educación y a cuidados en definitiva. Pero esto, que debería ser fácil de entender para cualquiera por lo que le toca, es complicado en un mundo en el que la individualidad ha triunfado y la premisa es que todas son unas aprovechadas o son peores personas que yo. Crucemos esto con el patriarcado, el racismo y desigualdades varias que se nos vayan ocurriendo y la cosa se complica todavía más porque ahí entramos ya desde nuestro papel de juezas de la humanidad que nos hemos auto-otorgado a elaborar la escala de quién se lo merece más y quién menos, en lugar de entender que da lo mismo quién seas; estás aquí y a partir de que cuentes con unos cuidados y un bienestar básico empezamos a dialogar.

Estos debates se vienen dando desde hace años. La Renta Básica Universal se viene desarrollando y discutiendo ampliamente desde hace tiempo y las gentes de Baladre hablamos de la RBis en un paso más y desde la construcción comunitaria, feminista, decolonial y antirracista. En cualquier caso, muchas de quienes andaban en estas discusiones en los últimos tiempos (pre-pandemia) andaban debatiendo sobre trabajos, empleos e incluso cruzaba ya por aquí la robotización de las vidas, relacionado con este tema. Discursos en su mayoría muy ligados a lo productivo y al espacio tradicional donde la izquierda identifica la construcción de la lucha obrera, las fábricas o la relación tradicional patrón-obrero (en masculino porque la visión tradicional también mira en masculino). Desde el discurso de la Renta Básica de las Iguales el punto de partida es otro, es colocar la vida en el centro, son los cuidados y la creación de lo comunitario, es partir de que en mundos interdependientes y en planetas con límites, solo con comunidad puede haber cuidados y de que el pilar es lo comunitario y no el ingreso. El ingreso es una herramienta para conseguir otras realidades, no un objetivo en sí mismo y es en el desarrollo de la RBis en la que hemos empezado a introducir una mirada que aterrice esto en lo rural, en lo alimentario y en qué puede suponer algo como una Renta Básica de las Iguales en nuestro medio rural, hasta ahora totalmente abandonado y despreciado desde la urbe como espacio de construcción frente a la destrucción capitalista, a pesar de ser el medio que nos alimenta y sostiene en nuestra vida. Prueba de ello es que algo tan evidente como la precariedad del sector agrícola y ganadero, ampliamente conocida, rara vez es considerada como un elemento dentro de la mayoría de los debates sobre Renta Básica y a su vez, tampoco asociaciones agrarias de ningún tipo participan de este debate, primero porque no han sido invitadas y segundo porque creo que ni ellas mismas lo consideran como algo que les incumbe. Y es algo que nos incumbe a todas las personas.

Si miramos al sistema alimentario, contamos con un sistema que en los últimos 60 años se ha desarrollado hacia la dependencia de insumos externos, modelos poco sostenibles con el medio ambiente, bajas rentas para las personas productoras y un medio rural cada día más vacío 1. El mecanismo para llegar hasta aquí ha sido aplicar la mirada capitalista y mercantilista a algo tan básico como la alimentación, tratarla como una mercancía más sin considerar que alimentarnos de forma sana y sostenible no es un lujo, es un derecho. Pero esto se obvia y se pasa a modelos fordistas de producción, de productos comestibles, intensificando producciones, tanto agrícolas como ganaderas, obviando las necesidades de la tierra y los animales y dejando que sea el Mercado con mayúsculas el que decida los modelos alimentarios, con lo que esto supone para productoras y consumidoras. Para las primeras, trabajar bajo la premisa de producir y colocar productos que sean “competitivos” en el Mercado. Para ello, si cumplen con el modelo intensivo y escala media-grande, pueden recibir subsidios sin los que ya no podrán sobrevivir, lo que las convierte automáticamente en esclavas. La esclavitud se acrecienta con la escala y en las grandes agroindustrias, muy alejadas de lo campesino, el empresariado se lucra mientras se esclaviza a mano de obra local y migrante. En una actividad como la agrícola, donde la incertidumbre empieza por el clima y termina en el Mercado, la certeza aunque precaria de los subsidios es la única tabla de salvación a la que muchas productoras se agarran. Esta precariedad se traduce en limitaciones para todas, pero especialmente para las mujeres, a quienes además de esta situación las atraviesa la desigualdad patriarcal, por la que son reducidas a mera “ayuda familiar” sin ningún tipo de derecho, siendo relegadas a la parte invisible de un iceberg que las hunde poco a poco.

Para las consumidoras se ha creado un modelo en el que se confunde cantidad con diversidad e ingerir con nutrirse; e ir a lugares donde se exhibe acumulación se confunde con poder elegir. No hay más diversidad alimentaria en una gran superficie que en un mercado campesino, pero el espejismo consumista se basa en creer que esto es así. Al mercado globalizado le debemos que se haya perdido cualquier perspectiva de temporadas, variedades locales o el valor de una cultura gastronómica, sustituida hoy desde el marketing global, por la sensación de ser “ciudadanas del mundo” que es la sensación premiada. Así, hoy de un plato de comida es más importante el valor de una buena foto que el valor nutritivo y el acercamiento de las personas a lo alimentario viene a través de las pantallas en formatos televisivos o redes sociales de consumo masivo.

Además, la comida ha de ser barata para poder gastar también en otros productos de consumo, sin importar el coste que esto tenga para quienes la producen, ni siquiera sin importar que lejos de ser alimentos, muchos productos no pasan de ser meros productos comestibles. Llenan estómagos pero nutrir, nutren poco. Esto se agrava aún más en el caso de la comida rápida de grandes cadenas o alimentos ultraprocesados llenos de azúcar y grasas saturadas, pero de bajo precio y accesibles tanto física como monetariamente para las personas con bajos ingresos. Las marcas funcionan también como integrador social mientras la ingesta de estos productos deteriora día a día la salud de muchas personas, dando como consecuencia problemas de colesterol, diabetes y obesidad desde edades muy tempranas. Lo “interesante” (y perverso) es que este modelo es el que sostienen las políticas públicas, y el dinero público va a financiar cadenas largas que están muy lejos de ser sostenibles ni para las personas ni para el planeta. Únicamente sostienen lucro, desigualdad y dependencia. Un negocio redondo para unas pocas y un problema para la mayoría, aunque se esconda, como todas las desigualdades devenidas del capitalismo, bajo un manto de progreso y desarrollo.

En los últimos años, desde los movimientos que trabajan por la agroecología y la soberanía alimentaria se vienen desarrollando otros modelos como la Agricultura Sostenida por la Comunidad o diferentes fórmulas de asociaciones y cooperativas agroecológicas que buscan romper con ese modelo, pero a día de hoy, a pesar de que su desarrollo es importante y fundamental para muchas productoras, son minoritarias y tienen que sobrevivir día a día entre las tensiones que supone ir a contracorriente.

Pero no nos perdamos porque el título de este texto incluía la RBis y la cuestión es, en este contexto, ¿qué puede suponer la Renta Básica de las Iguales? Como apuntábamos anteriormente, la actividad agrícola y ganadera vive en la incertidumbre constante. Cuanto más cercano es el modelo productivo a lo ecológico, a la naturaleza, menos se artificializa y más se depende de que la tierra y el clima respondan a los cuidados que reciben. Y cuanto más nos alejamos de la tierra e intensificamos el modelo, más dependemos de que el MERCADO “responda” a los productos que le enviamos. La tierra siempre ha sido más fiable que el mercado, pero la ausencia de cuidados y el maltrato de uno a la otra pasa factura. Hoy en día el caos climático no es gratuito y afecta especialmente a quienes más han cuidado la tierra, aunque a la vez demuestren día a día ser quienes más capacidad de resiliencia tienen.

En este contexto, ¿qué podría pasar si se implementa una RBis individual, universal, suficiente e incondicional? Muchas dirían que nos quedaríamos sin personas agricultoras y ganaderas. Seguramente porque esta actividad siempre se ha despreciado y en muchos casos incluso se ha ofrecido como castigo, incluso dentro de familias campesinas. El “desarrollo” está en otros lados y el “si no estudias te vas a cuidar cabras” o “te tocará coger la azada”, se repetía y aún se repite en muchas mesas del medio rural, asociando estas actividades a la ignorancia, cuando lo que suponen si se hacen desde un hacer campesino es una sabiduría muy importante. En cualquier caso, no es el sueño de casi nadie que sus descendientes sean campesinas, es en todo caso, la actividad de la que hay que huir. Pero a pesar de todo, por suerte, contamos con personas que han decidido dedicarse a ello y quienes las conocemos sabemos que no lo hacen por descarte. Quien escucha a una persona que se dedica a la agricultura o a la ganadería hablar de su trabajo se da cuenta inmediatamente de que no lo hace ni por el sueldo ni por el dinero, no describe un empleo sino una forma de vida. Por lo tanto, la RBis lo único que haría es que ese trabajo se pudiese hacer desde la seguridad de contar con las necesidades básicas cubiertas que permitan vivir y trabajar de forma digna.

Por otro lado, en el modelo de producción intensivo descrito, la dependencia es clave para que la esclavitud persista. Las productoras, en la mayoría de los casos, se han especializado en pocos cultivos y en grandes cantidades para el MERCADO globalizado, dependiendo absolutamente de ese mercado y de los subsidios para sobrevivir, aliñados con altas dosis de competitividad. Si en lugar de subsidios condicionados a un modelo intensivo, que no las sostiene ni a ellas ni al planeta, recibieran una Renta Básica, su capacidad de decisión y de negociación sería muy distinta. Podrían presionar por unos precios dignos y podrían decidir qué cultivar y cómo, mirando a la tierra y no al MERCADO y siendo mucho menos dependientes. Además, el contar con ingresos suficientes posibilitaría que las mujeres pudieran pagar la Seguridad Social y dar un paso más hacia su visibilización e incluso su construcción identitaria como mujeres productoras. La monetarización no es la solución, pero la ausencia de recursos propios ha sido un arma histórica del patriarcado para la perpetuidad de la dependencia de las mujeres. Esto no sería bueno sólo para el campesinado, sería bueno para todas porque podríamos construir transiciones hacia un modelo de producción mucho más ecológico, relocalizar la economía y generar mundos más justos. Contemos con que todas las personas recibirían la RBis, por lo que desde el lado del consumo se podría acceder a alimentos más allá de lo rápido y lo barato que nos enferma. Además, en el momento en el que podemos elegir también fuera del medio rural sobre nuestras vidas y nuestros tiempos, podríamos pararnos a repensar la división sexual del trabajo y las desigualdades en los hogares, redistribuir tareas e incluso dedicar tiempo a cocinar. Tiempo, ese elemento básico para el cuidado que hoy se ha convertido en un lujo y de cuya ausencia se aprovecha (a la vez que la provoca) el capitalismo para llevarnos hacia las falsas soluciones rápidas.

¿Es la RBis la solución a todos los problemas? Ni mucho menos, obviamente esto no sería automático y hay mucho bagaje e imaginario social a transformar. No podemos suponer que por aumentar la capacidad de elegir todas las elecciones van a ser buenas, sostenibles y justas. Como decíamos al principio, nos atraviesan demasiadas desigualdades y un ADN capitalista que nos puede llevar por muchos caminos. Esto tiene que venir acompañado de otras medidas, para empezar que visibilicen otros modelos que no solo son más justos y posibles, sino que a medio plazo son los deseables si entendemos el caos climático y las múltiples intersecciones entre desigualdades (sexo, raza, clase social) que estamos viviendo. Debe acompañarse de mucho trabajo en planos sociales y políticos, así como en desarrollos público-comunitarios que rompan la dicotomía centro-periferias. Igualmente algo clave que vienen defendiendo distintas propuestas sobre Renta Básica es que debe cumplir con las premisas de ser Universal, individual, incondicional y suficiente. Premisas clave, ya que si no es suficiente será un subsidio más, que en lugar de liberar realmente, únicamente actuará como paliativo que no resuelve el problema, pero hace sentir mejor, por lo que puede tener como consecuencia no curar sino aliviar síntomas y a la vez desmovilizar. Pero sin duda la Renta Básica es un elemento a considerar como punto de partida y no entendido como un objetivo en sí mismo, sino como una herramienta emancipadora y transformadora. En el caso de la RBis, no nos conformamos con mirar a lo individual y se parte de que como seres interdependientes no es posible la sostenibilidad sin comunidad, por eso se plantea desde una construcción comunitaria. Este modelo, si cuenta con andamiaje en algún sitio, es en los pueblos. Todavía hoy se realiza gestión de tierras comunales, existen comunidades de regantes, en algunos territorios se mantienen los Concejos y podemos decir que en prácticamente todos existe una identidad común. Esto no debe confundirse con que todas las personas que habitan en los pueblos viven en paz y armonía, pero sí saben que la gestión de lo comunitario y su mantenimiento depende de entenderse. Son capaces de gestionar juntas lo común en el día a día aunque no tengan la mejor de las relaciones porque su cotidianidad se basa en ello. En ellas queda poso de gestión comunitaria por lo que no se empezaría de cero, como sí ocurriría en muchos territorios urbanos donde lo comunitario es un concepto casi perdido y que incluso en estos tiempos difíciles está costando recuperar.

Con lo planteado en este texto no se pretende decir que la medida de una Renta Básica de las iguales es la solución a todos los males, sino que pretende señalar que es una herramienta importante a considerar y también que el discurso sobre ella (y sobre cualquier Renta Básica) debe ir más allá del asfalto. La lucha por otros mundos posibles pasa por transformar el sistema hacia mundos más justos partiendo de una realidad capitalista que se traduce, entre otras desigualdades, en clasismo, patriarcado, racismo y urbanocentrismo. Por eso la construcción de alternativas no puede limitarse a mirar hacia los espacios asfaltados o hacia las fábricas y las formas de los movimientos u organizaciones obreras tradicionales como únicos espacios de construcción. En medio del caos climático y pandémico que estamos viviendo, los puentes entre lo rural y lo urbano no son una mera opción, como tampoco lo es el feminismo o el antiracismo, sino pasos necesarios para la transformación. Una transformación que pasa por un replanteamiento territorial y multisectorial. En ese sentido, excluir lo rural es excluir a quienes nos alimentan y a las únicas que hoy mantienen y cuidan la tierra de forma consciente, conocedoras, mejor que nadie, de que su propia supervivencia depende de ello. Por eso, cuando hablamos de otros mundos posibles, debemos cuidar mucho el referirnos al medio rural únicamente como un medio vacío o vaciado. Es un medio que nos sostiene y nos da oxígeno (literalmente) a todas, un medio a dignificar y a valorizar.

Para otros mundos posibles, un medio rural vivo es imprescindible y para ello, un sistema alimentario justo y que sea sano, tanto para las personas como para el planeta. Quienes hablamos y defendemos la soberanía alimentaria defendemos el derecho de los pueblos a decidir sobre su alimentación desde una perspectiva de justicia y sostenibilidad social y ambiental. Ese es nuestro objetivo y con RBis, estaríamos sin duda mucho más cerca.